domingo, 24 de marzo de 2024

Apaga la tecnologia

 


 

Había una vez un niño llamado Leo que le encantaba jugar con sus amigos en el parque. Le gustaba correr, saltar, trepar, columpiarse y hacer todo tipo de juegos divertidos. Leo era muy feliz y se reía mucho.

 

Un día, Leo recibió un regalo muy especial de su abuelo. Era una caja grande y pesada que tenía una etiqueta que decía: "Para Leo, con mucho amor. Abuelo". Leo abrió la caja con curiosidad y se quedó sorprendido. Dentro había un ordenador portátil, un teléfono móvil, una tableta, unos auriculares, una consola de videojuegos y muchos juegos y aplicaciones. Era el sueño de cualquier niño.

 

- ¡Wow, qué pasada! - exclamó Leo, emocionado. - ¡Gracias, abuelo! ¡Es el mejor regalo del mundo!

- De nada, Leo. Me alegro de que te guste. Quiero que disfrutes de la tecnología y aprendas muchas cosas nuevas. Pero recuerda, no te olvides de jugar con tus amigos y de salir al aire libre. La tecnología es muy útil y divertida, pero no lo es todo. Lo más importante es la amistad y la naturaleza. - le dijo su abuelo con sabiduría.

- Sí, abuelo. No te preocupes. Lo haré. - le dijo Leo con una sonrisa.

 

Leo se puso a probar todos los aparatos y se quedó fascinado. Podía hacer tantas cosas con ellos. Podía ver películas, escuchar música, leer libros, dibujar, escribir, hacer fotos, grabar vídeos, navegar por internet, comunicarse con gente de todo el mundo, jugar a juegos increíbles y mucho más. Leo se sentía como si hubiera entrado en un mundo de fantasía. Un mundo donde todo era posible. Un mundo donde él era el protagonista.

 

Leo se pasaba horas y horas con la tecnología. Se levantaba y se acostaba con ella. No hacía caso a nadie más. No le importaba nada más. Se olvidó de sus amigos, de su familia, de su escuela, de su parque, de su mascota, de su deporte favorito, de su comida preferida, de su cumpleaños, de su abuelo. Se olvidó de todo lo que le hacía feliz antes. Solo le importaba la tecnología.

 

Pero lo que Leo no sabía era que la tecnología tenía un precio. Un precio muy alto. Cada vez que usaba un aparato, perdía un poco de su energía vital. Cada vez que jugaba a un juego, perdía un poco de su imaginación. Cada vez que veía una película, perdía un poco de su creatividad. Cada vez que escuchaba música, perdía un poco de su sensibilidad. Cada vez que leía un libro, perdía un poco de su curiosidad. Cada vez que dibujaba, perdía un poco de su expresión. Cada vez que escribía, perdía un poco de su inspiración. Cada vez que hacía una foto, perdía un poco de su memoria. Cada vez que grababa un vídeo, perdía un poco de su realidad. Cada vez que navegaba por internet, perdía un poco de su conocimiento. Cada vez que se comunicaba con alguien, perdía un poco de su comunicación. Cada vez que hacía algo con la tecnología, perdía un poco de sí mismo.

 

Y así, poco a poco, Leo se fue convirtiendo en un niño triste y apagado. Un niño que no tenía ganas de nada. Un niño que no tenía ilusión por nada. Un niño que no tenía amigos. Un niño que no tenía familia. Un niño que no tenía vida.

 

Un día, su abuelo fue a visitarlo y se quedó horrorizado. Vio a Leo sentado en su habitación, rodeado de aparatos, con la mirada perdida y el rostro pálido. No le reconoció. Era como si fuera otro niño. Un niño que no era su nieto.

 

- Leo, ¿qué te ha pasado? ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Dónde está tu alegría? ¿Dónde está tu felicidad? - le preguntó su abuelo con tristeza.

- No sé, abuelo. No sé qué me pasa. No sé qué he hecho. No sé dónde está mi alegría. No sé dónde está mi felicidad. - le respondió Leo con apatía.

- Leo, tienes que despertar. Tienes que salir de este mundo de fantasía. Tienes que volver a la realidad. Tienes que recuperar tu energía, tu imaginación, tu creatividad, tu sensibilidad, tu curiosidad, tu expresión, tu inspiración, tu memoria, tu realidad, tu conocimiento, tu comunicación, tu vida. Tienes que recuperar tu esencia. Tienes que recuperar tu felicidad. - le dijo su abuelo con amor.



- ¿Y cómo hago eso, abuelo? ¿Cómo salgo de este mundo de fantasía? ¿Cómo vuelvo a la realidad? ¿Cómo recupero todo lo que he perdido? - le preguntó Leo con angustia.

- Es muy sencillo, Leo. Solo tienes que hacer una cosa. Solo tienes que apagar la tecnología. - le dijo su abuelo con firmeza.

 

Leo se quedó pensativo. ¿Apagar la tecnología? ¿Era eso posible? ¿Era eso lo que necesitaba? ¿Era eso lo que quería? ¿Se atrevería a hacerlo?

 

Leo tomó una decisión. Decidió apagar la tecnología. Decidió apagar todos los aparatos que tenía. Decidió apagar el ordenador, el teléfono, la tableta, los auriculares, la consola, los juegos, las aplicaciones. Decidió apagar el mundo de fantasía. Decidió apagar la ilusión falsa.

 

Y entonces, algo mágico ocurrió. Al apagar la tecnología, Leo encendió su vida. Al apagar la tecnología, Leo recuperó su energía, su imaginación, su creatividad, su sensibilidad, su curiosidad, su expresión, su inspiración, su memoria, su realidad, su conocimiento, su comunicación, su vida. Al apagar la tecnología, Leo recuperó su esencia. Al apagar la tecnología, Leo recuperó su felicidad.

 

Leo se sintió como si hubiera despertado de un sueño. Un sueño que no era suyo. Un sueño que no le hacía bien. Un sueño que le había robado todo. Leo se sintió como si hubiera vuelto a nacer. Un nacer que era suyo. Un nacer que le hacía bien. Un nacer que le devolvía todo.

 

Leo se levantó de su habitación y salió al exterior. Vio el sol, el cielo, las nubes, los pájaros, las flores, los árboles, el viento, la lluvia, el arcoíris. Vio la naturaleza. Vio la belleza. Vio la vida.

 

Leo fue al parque y encontró a sus amigos. Los abrazó, los besó, los saludó, los escuchó, los habló, los jugó, los rió, los compartió, los ayudó, los querió. Vio la amistad. Vio el amor. Vio la felicidad.

 

Leo volvió a su casa y abrazó a su familia. Les pidió perdón, les dio las gracias, les dijo que los amaba, les contó lo que le había pasado, les prometió que no volvería a pasar, les demostró que había cambiado, les hizo reír, les hizo feliz. Vio la familia. Vio el cariño. Vio la felicidad.

 

Leo llamó a su abuelo y le agradeció el regalo. Le dijo que había aprendido la lección, que había entendido el mensaje, que había apreciado el valor. Le dijo que la tecnología era muy útil y divertida, pero que no lo era todo. Le dijo que lo más importante era la amistad y la naturaleza. Le dijo que era el mejor abuelo del mundo. Vio el abuelo. Vio la sabiduría. Vio la felicidad.

 


Y así, Leo volvió a ser el niño que era antes. El niño que le encantaba jugar con sus amigos en el parque. El niño que era muy feliz y se reía mucho. El niño que había apagado la tecnología y encendido su vida.

Colorín colorado este cuento se ha acabado.


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