Había una vez un niño llamado Leo que
le encantaba jugar con sus amigos en el parque. Le gustaba correr, saltar,
trepar, columpiarse y hacer todo tipo de juegos divertidos. Leo era muy feliz y
se reía mucho.
Un día, Leo recibió un regalo muy
especial de su abuelo. Era una caja grande y pesada que tenía una etiqueta que
decía: "Para Leo, con mucho amor. Abuelo". Leo abrió la caja con
curiosidad y se quedó sorprendido. Dentro había un ordenador portátil, un
teléfono móvil, una tableta, unos auriculares, una consola de videojuegos y
muchos juegos y aplicaciones. Era el sueño de cualquier niño.
- ¡Wow, qué pasada! - exclamó Leo,
emocionado. - ¡Gracias, abuelo! ¡Es el mejor regalo del mundo!
- De nada, Leo. Me alegro de que te
guste. Quiero que disfrutes de la tecnología y aprendas muchas cosas nuevas.
Pero recuerda, no te olvides de jugar con tus amigos y de salir al aire libre.
La tecnología es muy útil y divertida, pero no lo es todo. Lo más importante es
la amistad y la naturaleza. - le dijo su abuelo con sabiduría.
- Sí, abuelo. No te preocupes. Lo haré.
- le dijo Leo con una sonrisa.
Leo se puso a probar todos los aparatos
y se quedó fascinado. Podía hacer tantas cosas con ellos. Podía ver películas,
escuchar música, leer libros, dibujar, escribir, hacer fotos, grabar vídeos,
navegar por internet, comunicarse con gente de todo el mundo, jugar a juegos
increíbles y mucho más. Leo se sentía como si hubiera entrado en un mundo de
fantasía. Un mundo donde todo era posible. Un mundo donde él era el protagonista.
Leo se pasaba horas y horas con la
tecnología. Se levantaba y se acostaba con ella. No hacía caso a nadie más. No
le importaba nada más. Se olvidó de sus amigos, de su familia, de su escuela,
de su parque, de su mascota, de su deporte favorito, de su comida preferida, de
su cumpleaños, de su abuelo. Se olvidó de todo lo que le hacía feliz antes.
Solo le importaba la tecnología.
Pero lo que Leo no sabía era que la
tecnología tenía un precio. Un precio muy alto. Cada vez que usaba un aparato,
perdía un poco de su energía vital. Cada vez que jugaba a un juego, perdía un
poco de su imaginación. Cada vez que veía una película, perdía un poco de su
creatividad. Cada vez que escuchaba música, perdía un poco de su sensibilidad.
Cada vez que leía un libro, perdía un poco de su curiosidad. Cada vez que
dibujaba, perdía un poco de su expresión. Cada vez que escribía, perdía un poco
de su inspiración. Cada vez que hacía una foto, perdía un poco de su memoria.
Cada vez que grababa un vídeo, perdía un poco de su realidad. Cada vez que
navegaba por internet, perdía un poco de su conocimiento. Cada vez que se
comunicaba con alguien, perdía un poco de su comunicación. Cada vez que hacía
algo con la tecnología, perdía un poco de sí mismo.
Y así, poco a poco, Leo se fue convirtiendo
en un niño triste y apagado. Un niño que no tenía ganas de nada. Un niño que no
tenía ilusión por nada. Un niño que no tenía amigos. Un niño que no tenía
familia. Un niño que no tenía vida.
Un día, su abuelo fue a visitarlo y se
quedó horrorizado. Vio a Leo sentado en su habitación, rodeado de aparatos, con
la mirada perdida y el rostro pálido. No le reconoció. Era como si fuera otro
niño. Un niño que no era su nieto.
- Leo, ¿qué te ha pasado? ¿Qué has
hecho con tu vida? ¿Dónde está tu alegría? ¿Dónde está tu felicidad? - le
preguntó su abuelo con tristeza.
- No sé, abuelo. No sé qué me pasa. No
sé qué he hecho. No sé dónde está mi alegría. No sé dónde está mi felicidad. -
le respondió Leo con apatía.
- Leo, tienes que despertar. Tienes que
salir de este mundo de fantasía. Tienes que volver a la realidad. Tienes que
recuperar tu energía, tu imaginación, tu creatividad, tu sensibilidad, tu
curiosidad, tu expresión, tu inspiración, tu memoria, tu realidad, tu
conocimiento, tu comunicación, tu vida. Tienes que recuperar tu esencia. Tienes
que recuperar tu felicidad. - le dijo su abuelo con amor.
- ¿Y cómo hago eso, abuelo? ¿Cómo salgo
de este mundo de fantasía? ¿Cómo vuelvo a la realidad? ¿Cómo recupero todo lo
que he perdido? - le preguntó Leo con angustia.
- Es muy sencillo, Leo. Solo tienes que
hacer una cosa. Solo tienes que apagar la tecnología. - le dijo su abuelo con
firmeza.
Leo se quedó pensativo. ¿Apagar la
tecnología? ¿Era eso posible? ¿Era eso lo que necesitaba? ¿Era eso lo que
quería? ¿Se atrevería a hacerlo?
Leo tomó una decisión. Decidió apagar
la tecnología. Decidió apagar todos los aparatos que tenía. Decidió apagar el
ordenador, el teléfono, la tableta, los auriculares, la consola, los juegos,
las aplicaciones. Decidió apagar el mundo de fantasía. Decidió apagar la
ilusión falsa.
Y entonces, algo mágico ocurrió. Al
apagar la tecnología, Leo encendió su vida. Al apagar la tecnología, Leo
recuperó su energía, su imaginación, su creatividad, su sensibilidad, su
curiosidad, su expresión, su inspiración, su memoria, su realidad, su
conocimiento, su comunicación, su vida. Al apagar la tecnología, Leo recuperó
su esencia. Al apagar la tecnología, Leo recuperó su felicidad.
Leo se sintió como si hubiera
despertado de un sueño. Un sueño que no era suyo. Un sueño que no le hacía
bien. Un sueño que le había robado todo. Leo se sintió como si hubiera vuelto a
nacer. Un nacer que era suyo. Un nacer que le hacía bien. Un nacer que le
devolvía todo.
Leo se levantó de su habitación y salió
al exterior. Vio el sol, el cielo, las nubes, los pájaros, las flores, los
árboles, el viento, la lluvia, el arcoíris. Vio la naturaleza. Vio la belleza.
Vio la vida.
Leo fue al parque y encontró a sus
amigos. Los abrazó, los besó, los saludó, los escuchó, los habló, los jugó, los
rió, los compartió, los ayudó, los querió. Vio la amistad. Vio el amor. Vio la
felicidad.
Leo volvió a su casa y abrazó a su
familia. Les pidió perdón, les dio las gracias, les dijo que los amaba, les
contó lo que le había pasado, les prometió que no volvería a pasar, les
demostró que había cambiado, les hizo reír, les hizo feliz. Vio la familia. Vio
el cariño. Vio la felicidad.
Leo llamó a su abuelo y le agradeció el
regalo. Le dijo que había aprendido la lección, que había entendido el mensaje,
que había apreciado el valor. Le dijo que la tecnología era muy útil y
divertida, pero que no lo era todo. Le dijo que lo más importante era la
amistad y la naturaleza. Le dijo que era el mejor abuelo del mundo. Vio el
abuelo. Vio la sabiduría. Vio la felicidad.
Y así, Leo volvió a ser el niño que era
antes. El niño que le encantaba jugar con sus amigos en el parque. El niño que
era muy feliz y se reía mucho. El niño que había apagado la tecnología y
encendido su vida.
Colorín colorado este cuento se ha acabado.
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