Profesora: Yerliz Dalas
En el corazón del sureste venezolano,
en la vibrante Ciudad Bolívar, nació Yerliz Dalas, una mujer cuyo espíritu
guerrero y afán por el conocimiento la llevaron a convertirse en una profesora
reconocida de atletismo y deportes. Desde joven, Yerliz soñaba con llevar el
bienestar a través del deporte a todos aquellos que la rodeaban. Pero la vida,
con su impredecible cauce, la impulsó a buscar nuevos horizontes más allá de
sus tierras natales.
La crisis económica en Venezuela fue un
vendaval que la obligó a empacar su pasión y esperanza para aterrizar en
Bogotá, Colombia. Allí, en la capital, los días se teñían de incertidumbre y
las calles se vaciaban con la llegada de una pandemia que paralizó al mundo
entero. La gente encerrada en sus hogares comenzó a redescubrir la importancia
del movimiento y la vida saludable, y el atletismo, con su pureza y
practicidad, comenzó a florecer con renovado interés.
Yerliz encontró en la localidad de Suba
un refugio y un llamado. Observando cómo las personas salían a correr, decidió
brindar sus conocimientos de manera desinteresada. En el parque Fontanar
surgieron sus primeros grupos; la profesora con sonrisa franca y carisma
inigualable, enseñaba no solo técnicas deportivas, sino también fortaleza y
alegría para el alma. Día a día, su grupo crecía, el aire se llenaba con risas
y el pulso de los pies sobre la tierra despertaba esperanza.
Pero lo que pocos sabían era que la
profe Yerliz no solo enseñaba desde la técnica y el corazón, sino que también
era una corredora formidable. Con pasos firmes y un espíritu incansable,
enfrentaba carreras de 10, 21 y 42 kilómetros, desafiando no solo el terreno, sino
también las limitaciones que su cuerpo le imponía.
En medio de fuertes tratamientos
médicos que muchas veces la dejaban débil, sin energía, y con el cuerpo
cansado, ella encontraba la fuerza para levantarse, recuperarse y volver a
correr con una determinación ejemplar. Cada kilómetro que recorría era una
victoria silenciosa sobre la batalla interna que libraba, un testimonio de que
la fuerza del alma puede superar cualquier obstáculo físico.
A pesar de las dificultades, con pasos
firmes y un espíritu indomable, entrenó con la misma pasión que siempre la
caracterizó. Llegó el día, y aunque su cuerpo no tenía la fuerza de antes,
corrió cada kilómetro con una entrega y una alegría únicas, gozando
intensamente el momento que había anhelado toda su vida.
Coronar esa maratón fue mucho más que
un triunfo deportivo; fue un símbolo de esperanza, una demostración de que la
voluntad y el amor por el sueño pueden vencer cualquier límite físico. Ese
título como maratonista se convirtió en uno de los logros más representativos
de su vida, un último gran abrazo a su legado y a la inspiración que dejó para
todos los que corren tras sus metas.
Verla cruzar la meta con esa sonrisa
llena de vida y entrega era inspirar a todos no por la velocidad, sino por la
valentía de alguien que corre con el corazón íntegro, sin importar las heridas
que lleva por dentro.
Cuando la vida empezó a encontrar su
ritmo después del caos, Yerliz siguió su camino de enseñanza, incursionando en
la danza y el zumba. Nuevas melodías y pasos se sumaron a su legado, con grupos
de bailarines que se movían al mismo compás de su alegría contagiosa. No
abandonó tampoco el atletismo; cada domingo a las 6 de la mañana, en el Éxito
de Suba, un grupo unido corría kilómetros y kilómetros por las lomas, como una
familia que se acompaña y fortalece en la adversidad.
Sin embargo, detrás de aquella sonrisa
luminosa y la energía incansable, Yerliz libraba una batalla silenciosa y feroz
contra una enfermedad moderna, cruel y desconocida, que limitaba su cuerpo pero
no su espíritu. Ni la medicina, ni la esperanza parecían suficientes, y aun
así, ella peleó con la valentía de quien no se rinde nunca.
Su lucha fue intensa, llena de momentos
de dolor, pero también de un amor a la vida que jamás se apagó. Cuando
finalmente su cuerpo cedió, dejó atrás un legado que trasciende lo terrenal: la
fuerza indómita de una mujer que mostró que, aunque a veces se pierde, la
verdadera victoria está en nunca dejar de luchar.
Hoy, Suba sigue corriendo, bailando,
viviendo con la energía y la sonrisa de Yerliz en cada paso. Su historia es un
recordatorio de que la mayor arma contra las adversidades es una sonrisa
sincera y un corazón dispuesto a seguir adelante. Porque en la vida, lo que más
importa no es cuánto tiempo permanezcamos, sino la huella de esperanza que
dejamos en los otros.
Yerliz Dalas será siempre un faro de
luz, un ejemplo de valentía y de amor inquebrantable por la vida y el deporte.
Su espíritu corre libre, allá donde se funden el cielo y la tierra,
inspirándonos a vivir con fuerza, con alegría y con una sonrisa que nunca se
apaga.
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