Octubre llegó con su
habitual promesa de lluvia, un bálsamo para una Bogotá sedienta y en medio de
la incertidumbre climática que sacude al planeta. Pero en este día, había algo
especial. No era solo la humedad en el aire o el rumor del viento que anunciaba
el cambio de estación. No. Este día era el de la carrera Allianz 15 km, un
evento tan esperado como temido por los corredores de la ciudad.
El astro rey, el Sol,
se alzaba con majestuosidad sobre los cielos bogotanos, como si quisiera
imponer su propia voluntad sobre los elementos. A su lado, las nubes
coqueteaban con el horizonte, pero ninguna se atrevía a interponerse en su
brillo. El parque Lisboa, en el corazón de la ciudad, vibraba con la energía de
miles de atletas, listos para dejarlo todo en el asfalto. Entre ellos, el
equipo TAF se preparaba, sus corazones llenos de determinación y su misión
clara: derrotar a los 20 equipos que les hacían frente.
El pistoletazo de
salida resonó como un trueno, y los runners se lanzaron al combate, como
guerreros en una épica batalla por las calles citadinas. A lo lejos, los cerros
orientales observaban en silencio, mientras el verde de los árboles sobrevivientes
de la urbe se mezclaba con el gris del pavimento que empezaba a calentarse bajo
los pies de los corredores.
William Reina, Walter
Salamanca y Mauricio Bonilla lideraban al equipo TAF, un tridente invencible
que, desde el primer momento, se mantuvo a la cabeza. Con zancadas fuertes y
respiraciones profundas, seguían de cerca a los equipos de la élite nacional,
resistiendo el implacable ritmo. El público, emocionado, ovacionaba su
esfuerzo, aunque equipos como JC Running Team y Endurance Team acechaban con
cada paso.
Pero el Sol no tenía
aliados este día. Su calor era despiadado. En la autopista NQS, sus rayos
comenzaron a debilitar a los corredores. "¡Agua! ¡Agua!" gritaban,
pero en los puestos de hidratación, el líquido estaba caliente, asoleado, como
si el mismo Sol lo hubiera maldecido. Los primeros corredores caían, víctimas
de la fatiga, pero el equipo TAF seguía adelante, negándose a ceder.
Damaris, una guerrera
incansable, sintió que el rayo de Sol la alcanzaba. Su mente se desvió hacia pensamientos
sobre el agua, los páramos y las multinacionales que la robaban, y en ese
instante, su cuerpo cedió. Terminaba su participación, pero el equipo TAF
seguía alerta. No podían detenerse.
El siguiente en sentir
el peso del Sol fue Súper Mario Martínez. Su cuerpo, debilitado por la gripe
que lo había acosado los días previos, comenzó a fallar. Sus zancadas se
acortaron, y el mundo a su alrededor se distorsionaba. Pero la voz de sus
compañeros le llegó como un eco lejano, motivándolo a seguir. José Monterrosa,
el compañero fiel, notó su debilidad y se acercó a él. Como un ángel guardián,
decidió acompañarlo, dándole fuerza con cada paso.
La meta estaba cerca.
Mario, sacando fuerzas de lo más profundo de su ser, recordó por qué estaba
corriendo. El sudor corría por su frente, pero no se detendría. No hasta cruzar
la línea final. Y lo hizo. Pero al hacerlo, su cuerpo colapsó. José estaba
allí, lo sostuvo y lo llevó a la enfermería, donde lentamente comenzó a
recuperarse.
El equipo JC Running
logró adelantarse, pero el TAF, aunque golpeado por la adversidad, cruzó la
meta en segundo lugar. Una vez más, se subieron al podio, no solo como
competidores, sino como hermanos, demostrando que el trabajo en equipo y la
amistad son fuerzas tan poderosas como el mismo Sol que intentó detenerlos.
El día terminó con
alegría. Habían conquistado lo imposible. Y mientras el Sol comenzaba a
despedirse en el horizonte, los guerreros de TAF sabían que, en la próxima
batalla, estarían listos para volver a brillar.
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