viernes, 21 de febrero de 2025

El viaje de Sombra, el pez diablo negro

 



En lo más profundo del océano, donde la luz jamás llegaba y la oscuridad era un manto eterno, nació Sombra, un pequeño pez diablo negro. Desde que abrió sus ojos brillantes, sintió una inquietud dentro de su corazón. Mientras sus hermanos y amigos se conformaban con la negrura del abismo, Sombra se hacía preguntas: ¿Qué hay más arriba? ¿De dónde vienen esas extrañas criaturas con luces incandescentes que nos visitan? ¿Existe un mundo más allá de la oscuridad?

Nadie en las profundidades se atrevía a buscar esas respuestas. Todos temían los límites del abismo, el umbral donde la negrura comenzaba a dar paso a la luz. Pero Sombra no podía ignorar el llamado de la curiosidad.

Una noche, mientras exploraba una cueva de corales fosforescentes, se encontró con la anciana Anguila, una sabia criatura que había nadado más lejos que cualquier otro ser de las profundidades.



—Si subes —le dijo la Anguila con voz grave— verás mundos que ni imaginas. Encontrarás criaturas de todos los colores, aguas cristalinas y una luz más brillante que cualquier bioluminiscencia. Pero también hallarás peligro, pues los humanos son destructivos. Contaminan el mar y atrapan a los nuestros. Si decides viajar, ten cuidado, pequeño Sombra, porque podrías no regresar.

Sombra escuchó con atención, pero su deseo era más fuerte que el miedo. Con el corazón encendido por la emoción, emprendió su viaje hacia lo desconocido.

Nadó durante horas, luego días. A medida que ascendía, la negrura empezó a disiparse y fue descubriendo maravillas. Primero, criaturas que nunca había visto: bancos de peces plateados que danzaban como estrellas fugaces, majestuosas mantarrayas que deslizaban sus cuerpos como si volaran, y corales de colores vivos que parecían jardines encantados.

—¡Es increíble! —susurró Sombra maravillado.

Pero con cada metro que subía, su cuerpo sentía la presión cambiar. El agua era más ligera, pero él la sentía más pesada. Su piel, acostumbrada al abrazo frío y denso de las profundidades, comenzaba a arder.

Fue entonces cuando una tortuga marina de caparazón dorado se le acercó con ojos amables.



—Amigo, tú no perteneces a este hábitat. Debes regresar antes de que sea tarde —le aconsejó.

Sombra la miró con determinación.

—No me importa si muero —dijo con valentía—. Mi único deseo es ver con mis propios ojos la luz del astro rey… el Sol.

Con un último esfuerzo, rompió la superficie del océano. Y ahí, ante él, se alzó el Sol en todo su esplendor. Su luz dorada cubría el cielo y bañaba las aguas en un resplandor infinito. Sombra, que había pasado toda su vida en la sombra, finalmente conocía la luz más pura y cálida del universo.



Sintió su cuerpo desfallecer, su energía desvanecerse. Su piel, frágil ante la nueva presión, comenzó a ceder. Pero en su último aliento, Sombra sonrió. Porque había superado la oscuridad, había vencido el miedo, había encontrado su respuesta.

En lo profundo del océano, las criaturas abisales miraron hacia arriba, y aunque nunca lo supieron, la luz del Sol brilló un poco más fuerte aquel día, en honor al pequeño pez diablo negro que desafió la oscuridad en busca de la verdad.

Y color de abismo sellado, su luz por fin ha brillado.

Fin.

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