En
lo más profundo del océano, donde la luz jamás llegaba y la oscuridad era un
manto eterno, nació Sombra, un pequeño pez diablo negro. Desde que abrió sus
ojos brillantes, sintió una inquietud dentro de su corazón. Mientras sus
hermanos y amigos se conformaban con la negrura del abismo, Sombra se hacía
preguntas: ¿Qué hay más
arriba? ¿De
dónde vienen esas extrañas criaturas con luces incandescentes que nos visitan?
¿Existe un mundo más
allá de la oscuridad?
Nadie
en las profundidades se atrevía a buscar esas respuestas. Todos temían los
límites del abismo, el umbral donde la negrura comenzaba a dar paso a la luz.
Pero Sombra no podía ignorar el llamado de la curiosidad.
Una
noche, mientras exploraba una cueva de corales fosforescentes, se encontró con
la anciana Anguila, una sabia criatura que había nadado más lejos que cualquier
otro ser de las profundidades.
—Si
subes —le dijo la Anguila con voz grave— verás mundos que ni imaginas.
Encontrarás criaturas de todos los colores, aguas cristalinas y una luz más
brillante que cualquier bioluminiscencia. Pero también hallarás peligro, pues
los humanos son destructivos. Contaminan el mar y atrapan a los nuestros. Si
decides viajar, ten cuidado, pequeño Sombra, porque podrías no regresar.
Sombra
escuchó con atención, pero su deseo era más fuerte que el miedo. Con el corazón
encendido por la emoción, emprendió su viaje hacia lo desconocido.
Nadó
durante horas, luego días. A medida que ascendía, la negrura empezó a disiparse
y fue descubriendo maravillas. Primero, criaturas que nunca había visto: bancos
de peces plateados que danzaban como estrellas fugaces, majestuosas mantarrayas
que deslizaban sus cuerpos como si volaran, y corales de colores vivos que
parecían jardines encantados.
—¡Es
increíble! —susurró Sombra maravillado.
Pero
con cada metro que subía, su cuerpo sentía la presión cambiar. El agua era más
ligera, pero él la sentía más pesada. Su piel, acostumbrada al abrazo frío y
denso de las profundidades, comenzaba a arder.
Fue
entonces cuando una tortuga marina de caparazón dorado se le acercó con ojos
amables.
—Amigo,
tú no perteneces a este hábitat. Debes regresar antes de que sea tarde —le
aconsejó.
Sombra
la miró con determinación.
—No
me importa si muero —dijo con valentía—. Mi único deseo es ver con mis propios
ojos la luz del astro rey… el Sol.
Con
un último esfuerzo, rompió la superficie del océano. Y ahí, ante él, se alzó el
Sol en todo su esplendor. Su luz dorada cubría el cielo y bañaba las aguas en
un resplandor infinito. Sombra, que había pasado toda su vida en la sombra,
finalmente conocía la luz más pura y cálida del universo.
Sintió
su cuerpo desfallecer, su energía desvanecerse. Su piel, frágil ante la nueva
presión, comenzó a ceder. Pero en su último aliento, Sombra sonrió. Porque
había superado la oscuridad, había vencido el miedo, había encontrado su
respuesta.
En
lo profundo del océano, las criaturas abisales miraron hacia arriba, y aunque
nunca lo supieron, la luz del Sol brilló un poco más fuerte aquel día, en honor
al pequeño pez diablo negro que desafió la oscuridad en busca de la verdad.
Y color de abismo
sellado, su luz por fin ha brillado.
Fin.




.gif)

No hay comentarios:
Publicar un comentario