En lo alto
de la Comuna 13 de Medellín, donde la esperanza parece ser un lujo que pocos
pueden permitirse, se erige un monumento al olvido: La Escombrera. Más que un
vertedero de escombros, este lugar es el recordatorio tangible de cómo Colombia
ha logrado hacer malabares con su historia, balanceando el peso de sus
desaparecidos sobre toneladas de concreto y silencio.
Un cementerio sin cruces ni nombres
La
Escombrera, nos dicen, podría albergar los restos de cientos de personas
desaparecidas durante la operación militar "Orión" en 2002, un
"acto de limpieza" que, irónicamente, ensució la memoria de la Comuna
13 con sangre. Pero, ¡qué importa! En un país donde las cifras importan más que
las personas, este vertedero no es más que otra estadística en el inventario
del horror.
Algunos
dirán que las autoridades hicieron su parte: buscaron, escarbaron y no
encontraron. Y es que, claro, ¡vaya sorpresa! Pretender encontrar cuerpos
humanos bajo toneladas de escombros acumulados durante décadas es como buscar
una aguja en un pajar... solo que aquí, el pajar también está lleno de
negligencia institucional y promesas rotas.
Los medios y su "escombrerismo"
Los medios de
comunicación, esos intrépidos exploradores de la tragedia, también han hecho su
aporte. Primero ignoraron La Escombrera, porque, aceptémoslo, el morbo vende
más cuando está fresco, y los desaparecidos ya estaban demasiado "pasados
de moda" para el titular de turno. Luego, cuando las excavaciones
comenzaron, algunos medios decidieron cubrirlo con el mismo entusiasmo con el
que un adolescente hace su tarea: lo justo para pasar el examen.
Por
supuesto, también hubo quienes llegaron con drones y gráficas impactantes,
contando historias desgarradoras entre comerciales de detergente. Pero, ¿y la
investigación de fondo? Bien, gracias. Lo importante es capturar la
"emoción" del momento, preferiblemente con una mágica música de fondo
que haga llorar a la audiencia, para que cambien de canal con el alma
"concienciada".
El papel de las cuchas: guardianas de la memoria
En medio de
esta maraña de indiferencia y olvido, las cuchas, esas madres y mujeres mayores
de la Comuna 13, se han convertido en las verdaderas heroínas de esta historia.
Ellas son quienes, con fotografías descoloridas y pancartas hechas a mano,
mantienen viva la memoria de sus hijos y familiares desaparecidos. Su papel es
fundamental:
- Portadoras de la verdad: Las cuchas han preservado los relatos de lo ocurrido,
convirtiéndose en las narradoras indispensables de esta tragedia.
- Líderes incansables: Han liderado marchas, vigilias y procesos legales para exigir
justicia, enfrentando no solo la negligencia estatal, sino también el
peligro de ser silenciadas.
- Voceras de las víctimas: En una sociedad que prefiere olvidar, estas mujeres alzan su voz
para que nadie cierre los ojos ante la verdad.
Su lucha es
un acto de amor y resistencia que desafía la indiferencia de un país acostumbrado
a enterrar su pasado bajo capas de concreto y desidia.
Un país maestro en el arte de tapar huecos
Colombia
tiene un talento envidiable para tapar huecos, literal y metafóricamente. Los
baches de las carreteras se llenan con la misma precariedad con la que se
pretende sellar las grietas de nuestra memoria histórica. La Escombrera es solo
un ejemplo más de cómo manejamos los problemas: si no puedes verlo, no existe.
Y si existe, asegúrate de que sea tan complicado de abordar que nadie quiera
intentarlo.
Las víctimas: entre la resistencia y la resignación
Mientras
tanto, las familias de las víctimas siguen clamando por justicia, convirtiendo
cada día en una batalla contra la burocracia y el olvido. Su dolor es real,
pero también lo es su resistencia. Son ellas quienes llevan a cuestas el peso
de la memoria colectiva, mientras el resto del país observa, indiferente, desde
la comodidad de sus sofás.
El monumento que nunca quisimos
La
Escombrera debería convertirse en un lugar de memoria, no porque nos guste
recordar, sino porque es lo que menos nos gusta hacer. Sería un recordatorio de
nuestra incapacidad para lidiar con nuestro pasado, de cómo preferimos sepultar
la verdad bajo capas de olvido.
Pero, siendo
realistas, es más probable que sigamos apilando escombros, tanto físicos como
simbólicos. Porque en Colombia, el olvido no es solo una consecuencia; es una
política.
El escombrero nacional
La
Escombrera no es solo un lugar, es una metáfora perfecta de cómo manejamos
nuestras tragedias: las ocultamos, las enterramos y seguimos adelante,
esperando que nadie pregunte demasiado. Quizá sea hora de cambiar eso. Quizá
sea hora de aprender que los escombros de nuestra historia no se pueden barrer
bajo la alfombra.
Por ahora,
seguimos siendo un país experto en enterrar sus verdades... y en construir
monumentos al olvido.

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