Dicen que el Catatumbo es tan fértil que si uno
siembra una esperanza, brota una decepción con raíces profundas. Y es que esta
esquina selvática del norte colombiano —donde el cielo estalla en relámpagos y
la tierra se viste de verde coca y rojo sangre— ha sido durante décadas el
jardín favorito del abandono estatal y el parque de diversiones del crimen
armado.
No es que el Estado no haya llegado. ¡Por Dios,
claro que llegó! Llegó con botas, fusiles y comunicados de prensa. Llegó cuando
ya habían llegado todos los demás: guerrillas revolucionarias que soñaban con
la utopía y terminaron cobrando peajes; paramilitares que decían venir a salvar
la patria mientras la saqueaban como un botín; y más recientemente, disidencias
de las FARC, bacrims y narcotraficantes que hacen lo que cualquier buen
comerciante haría: cuidar el negocio. El problema no es que el Estado no
llegue, es que no se queda. Llega para tomarse la foto, y se va en helicóptero.
En enero de 2025, el Catatumbo volvió a las
noticias, no por sus orquídeas, ni por la sabiduría de sus indígenas Barí, ni
por el milagro de su biodiversidad, sino porque miles de campesinos salieron
corriendo del fuego cruzado como quien huye de una tormenta que no acaba jamás.
Más de 50.000 desplazados, según ACAPS y OCHA. Escuelas cerradas.
Niños sin cuadernos. Mujeres escondidas. Y el gobierno, generoso como siempre,
declaró el estado de conmoción. Traducción: “no tenemos idea de qué hacer, pero
haremos cara de preocupación mientras montamos más militares y firmamos más
decretos”.
Pero ¡ay, la coca! Esa planta de hojas que prometen
billetes rápidos y condenas eternas. No hay mejor metáfora para el Catatumbo
que esa mata maldita: crece con facilidad, da trabajo a miles y al mismo tiempo
destruye todo lo demás. Según el DANE, en municipios como Tibú o El Tarra, el 45%
de la población vive en condiciones de pobreza multidimensional. Mientras un
joven catatumbero lleva un bulto de coca a lomo, otro lleva un fusil. Mientras
una madre cocina con gas robado del oleoducto, otra entierra a su hijo en
silencio porque los muertos en guerra no hacen bulla. Y así, el ciclo de la
pobreza, el miedo y la ilegalidad se reproduce más rápido que cualquier plan de
desarrollo.
Porque claro, también están los planes. Los
bonitos. Los que vienen en PowerPoints con logos de cooperación internacional y
frases como “construyendo paz desde el territorio” o “Catatumbo, región de
oportunidades”. ¡Maravilla! ¿Y saben qué? Esos planes existen. Algunos incluso
tienen presupuesto. Pero a veces da la impresión de que fueron diseñados desde
el anonimato confortable de Bogotá, donde creen que Tibú es una marca de agua y
no un municipio con más coca que leche.
La pobreza es tan omnipresente en el Catatumbo que
hasta las estadísticas se deprimen. En reportes de la Defensoría del Pueblo
y de Human Rights Watch, se denuncia cómo comunidades enteras sobreviven sin
agua potable, sin hospitales, sin electricidad estable, y con la amenaza
constante de ser arrasadas por los enfrentamientos entre grupos ilegales como
el ELN, las disidencias de las FARC y el Clan del Golfo, según INDEPAZ.
Y sin embargo, hay vida. Hay resistencia. Hay
comunidades que siguen sembrando cacao, mujeres que organizan bibliotecas con
lo que pueden, profesores que cruzan trochas para dar clases a niños
desplazados. El Catatumbo no es solo una tragedia, también es una lección
brutal sobre la fuerza de los que no tienen nada. Como esos relámpagos eternos
del cielo nocturno, que iluminan la oscuridad aunque nadie los escuche.
Tal vez algún día, cuando los helicópteros dejen de
sobrevolar y las ONGs se cansen de entregar kits de emergencia, alguien en
Bogotá, Medellín o Bruselas se pregunte: ¿cómo sería Colombia si tratáramos al
Catatumbo como parte del país, y no como un campo de guerra con potencial
turístico?
Mientras tanto, seguiremos escribiendo desde la
sombra, con rabia y con ternura, para que al menos quede constancia de que en
el Catatumbo no faltó gente valiente. Faltó voluntad política. Y sobró pólvora.
Por: Un cronista que aún cree en la dignidad de los olvidados
📚
Bibliografía
·
ACAPS. (2024). Colombia – Situación
humanitaria en el Catatumbo (enero 2024). Assessment Capacities
Project. https://www.acaps.org
·
Defensoría
del Pueblo de Colombia. (2024). Alerta temprana No. 011-2024:
Riesgo en la región del Catatumbo. https://www.defensoria.gov.co
·
DANE.
(2023). Encuesta
de calidad de vida y pobreza multidimensional – Norte de Santander.
https://www.dane.gov.co
·
Fundación
Ideas para la Paz. (2023). Dinámicas territoriales del
conflicto armado en el Catatumbo. https://ideaspaz.org
·
Human
Rights Watch. (2022). El conflicto se reinventa: La violencia en el
Catatumbo tras la firma del Acuerdo de Paz. https://www.hrw.org/es/report/2022/02/10/el-conflicto-se-reinventa
·
INDEPAZ.
(2024). Presencia
de grupos armados en el Catatumbo y control territorial. Instituto
de Estudios para el Desarrollo y la Paz. https://indepaz.org.co
·
OCHA.
(2024). Boletines
humanitarios Colombia – Norte de Santander, región del Catatumbo.
Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas. https://www.unocha.org
·
La
Silla Vacía. (2024). ¿Qué está pasando en el Catatumbo? Análisis político
y social desde el territorio. https://www.lasillavacia.com
·
El
Espectador. (2024). Catatumbo: conflicto, coca y abandono estatal.
https://www.elespectador.com

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