sábado, 7 de junio de 2025

Catatumbo: tierra fértil, pero de sangre y promesas incumplidas




Dicen que el Catatumbo es tan fértil que si uno siembra una esperanza, brota una decepción con raíces profundas. Y es que esta esquina selvática del norte colombiano —donde el cielo estalla en relámpagos y la tierra se viste de verde coca y rojo sangre— ha sido durante décadas el jardín favorito del abandono estatal y el parque de diversiones del crimen armado.

No es que el Estado no haya llegado. ¡Por Dios, claro que llegó! Llegó con botas, fusiles y comunicados de prensa. Llegó cuando ya habían llegado todos los demás: guerrillas revolucionarias que soñaban con la utopía y terminaron cobrando peajes; paramilitares que decían venir a salvar la patria mientras la saqueaban como un botín; y más recientemente, disidencias de las FARC, bacrims y narcotraficantes que hacen lo que cualquier buen comerciante haría: cuidar el negocio. El problema no es que el Estado no llegue, es que no se queda. Llega para tomarse la foto, y se va en helicóptero.

En enero de 2025, el Catatumbo volvió a las noticias, no por sus orquídeas, ni por la sabiduría de sus indígenas Barí, ni por el milagro de su biodiversidad, sino porque miles de campesinos salieron corriendo del fuego cruzado como quien huye de una tormenta que no acaba jamás. Más de 50.000 desplazados, según ACAPS y OCHA. Escuelas cerradas. Niños sin cuadernos. Mujeres escondidas. Y el gobierno, generoso como siempre, declaró el estado de conmoción. Traducción: “no tenemos idea de qué hacer, pero haremos cara de preocupación mientras montamos más militares y firmamos más decretos”.

Pero ¡ay, la coca! Esa planta de hojas que prometen billetes rápidos y condenas eternas. No hay mejor metáfora para el Catatumbo que esa mata maldita: crece con facilidad, da trabajo a miles y al mismo tiempo destruye todo lo demás. Según el DANE, en municipios como Tibú o El Tarra, el 45% de la población vive en condiciones de pobreza multidimensional. Mientras un joven catatumbero lleva un bulto de coca a lomo, otro lleva un fusil. Mientras una madre cocina con gas robado del oleoducto, otra entierra a su hijo en silencio porque los muertos en guerra no hacen bulla. Y así, el ciclo de la pobreza, el miedo y la ilegalidad se reproduce más rápido que cualquier plan de desarrollo.

Porque claro, también están los planes. Los bonitos. Los que vienen en PowerPoints con logos de cooperación internacional y frases como “construyendo paz desde el territorio” o “Catatumbo, región de oportunidades”. ¡Maravilla! ¿Y saben qué? Esos planes existen. Algunos incluso tienen presupuesto. Pero a veces da la impresión de que fueron diseñados desde el anonimato confortable de Bogotá, donde creen que Tibú es una marca de agua y no un municipio con más coca que leche.

La pobreza es tan omnipresente en el Catatumbo que hasta las estadísticas se deprimen. En reportes de la Defensoría del Pueblo y de Human Rights Watch, se denuncia cómo comunidades enteras sobreviven sin agua potable, sin hospitales, sin electricidad estable, y con la amenaza constante de ser arrasadas por los enfrentamientos entre grupos ilegales como el ELN, las disidencias de las FARC y el Clan del Golfo, según INDEPAZ.

Y sin embargo, hay vida. Hay resistencia. Hay comunidades que siguen sembrando cacao, mujeres que organizan bibliotecas con lo que pueden, profesores que cruzan trochas para dar clases a niños desplazados. El Catatumbo no es solo una tragedia, también es una lección brutal sobre la fuerza de los que no tienen nada. Como esos relámpagos eternos del cielo nocturno, que iluminan la oscuridad aunque nadie los escuche.

Tal vez algún día, cuando los helicópteros dejen de sobrevolar y las ONGs se cansen de entregar kits de emergencia, alguien en Bogotá, Medellín o Bruselas se pregunte: ¿cómo sería Colombia si tratáramos al Catatumbo como parte del país, y no como un campo de guerra con potencial turístico?

Mientras tanto, seguiremos escribiendo desde la sombra, con rabia y con ternura, para que al menos quede constancia de que en el Catatumbo no faltó gente valiente. Faltó voluntad política. Y sobró pólvora.


Por: Un cronista que aún cree en la dignidad de los olvidados


📚 Bibliografía

·        ACAPS. (2024). Colombia – Situación humanitaria en el Catatumbo (enero 2024). Assessment Capacities Project. https://www.acaps.org

·         Defensoría del Pueblo de Colombia. (2024). Alerta temprana No. 011-2024: Riesgo en la región del Catatumbo. https://www.defensoria.gov.co

·         DANE. (2023). Encuesta de calidad de vida y pobreza multidimensional – Norte de Santander. https://www.dane.gov.co

·         Fundación Ideas para la Paz. (2023). Dinámicas territoriales del conflicto armado en el Catatumbo. https://ideaspaz.org

·         Human Rights Watch. (2022). El conflicto se reinventa: La violencia en el Catatumbo tras la firma del Acuerdo de Paz. https://www.hrw.org/es/report/2022/02/10/el-conflicto-se-reinventa

·         INDEPAZ. (2024). Presencia de grupos armados en el Catatumbo y control territorial. Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz. https://indepaz.org.co

·         OCHA. (2024). Boletines humanitarios Colombia – Norte de Santander, región del Catatumbo. Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas. https://www.unocha.org

·         La Silla Vacía. (2024). ¿Qué está pasando en el Catatumbo? Análisis político y social desde el territorio. https://www.lasillavacia.com

·         El Espectador. (2024). Catatumbo: conflicto, coca y abandono estatal. https://www.elespectador.com

 



 

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