miércoles, 30 de abril de 2025

Colombia donde el “Día del Trabajo” es un recordatorio de todo lo que falta


El 1 de mayo, ese día mágico donde todos nos acordamos de los derechos laborales. Sacamos la banderita, marchamos con la convicción de un Quijote contra molinos de viento (a veces, literalmente), y al día siguiente... bueno, al día siguiente volvemos a la "normalidad". Y es que la "normalidad" laboral colombiana es un género literario en sí misma: una tragicomedia con tintes de realismo mágico, pero sin el realismo de un contrato a término indefinido.

Nuestra primera gran lucha, digna de una epopeya griega (pero con más calor y menos túnicas), es contra esa hidra de mil cabezas llamada Informalidad. ¡Ah, la informalidad! Esa condición que te permite ser tu propio jefe... y tu propio empleado, tu propio contador, tu propio jefe de seguridad, y tu propio prestamista al final del mes. Somos campeones mundiales del "rebusque", maestros en el arte de inventarnos el camello diario. ¿Para qué queremos un contrato con todas las de la ley si podemos vender tintos en la esquina, hacer domicilios en patineta eléctrica esquivando huecos mortales, o ser "influencers" de la vida real, influenciando a la gente a comprar un tamalito? La lucha aquí no es solo por un contrato, ¡es por la dignidad de saber si mañana tendremos para el del bus!

Ligado a esto, tenemos la gloriosa batalla contra la precariedad laboral. ¿Para qué pedir vacaciones pagas si tus vacaciones son obligatorias y sin sueldo cuando el "jefe" no tiene producción? ¿Para qué quejarse de la falta de seguridad en el trabajo si tu oficina es la calle con sus múltiples encantos y peligros? Aquí, la lucha es un ejercicio de equilibrismo diario, una danza entre la necesidad y la supervivencia, aderezada con la incertidumbre de no saber si el próximo mes podrás pagar el arriendo del cuartico. Pero ojo, ¡somos resilientes! Como dice la abuela: "Mientras haya salud y algo en la olla..." (aunque la olla a veces esté más vacía que el bolsillo después de pagar los servicios).

Y no podemos olvidar, en este cuadro costumbrista, la valiente, aunque a menudo solitaria, lucha de los líderes sindicales. Ser sindicalista en Colombia es una profesión de alto riesgo, una especie de deporte extremo sin patrocinadores ni medallas (bueno, las medallas a veces son de plomo). Mientras en otros países los sindicalistas negocian cláusulas de bienestar y bonos de productividad, aquí muchos negocian su propia seguridad y la de sus familias. La lucha no es solo en la mesa de negociación, es también en la trinchera diaria contra las amenazas y la indiferencia. Un aplauso de pie para ellos, que con una mezcla de berraquera y terquedad, siguen dando la pelea.

Finalmente, tenemos la telenovela de nunca acabar: la reforma laboral. ¡Ay, la reforma! Esa quimera que aparece en cada gobierno, prometiendo el paraíso laboral en la tierra, pero que termina enredada en debates, pupitrazos y discusiones que ni el más versado en derecho entiende. Que si beneficia a unos, que si perjudica a otros, que si mata la gallina de los huevos de oro (esa gallina que pocos han visto en persona). Mientras los expertos se tiran cifras y argumentos, el trabajador de a pie sigue esperando que la tal reforma le llegue en forma de algo tangible: un contrato decente, un horario justo, o al menos, ¡que le paguen completo la quincena! La lucha aquí es contra la burocracia, la polarización y, a veces, la pura y simple falta de voluntad política.

Las luchas laborales en Colombia son un reflejo de nuestra compleja realidad. Son batallas diarias, pequeñas y grandes, visibles e invisibles, libradas con ingenio, resistencia y un sentido del humor que nos impide llorar (demasiado). Mientras el mundo celebra el 1 de mayo recordando gestas pasadas, nosotros lo celebramos... luchando en el presente. Y quién sabe, quizás un día, con tanta lucha y tanto rebusque, ¡terminemos inventando un nuevo modelo laboral que revolucione el mundo! Mientras tanto, ¡a seguirle, que la lucha es larga y el tinto no se vende solo!


Creador de contenidos:







 






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Diciembre menos natilla, más memoria

  Ah, diciembre. Ese glorioso mes donde Colombia entra en un coma diabético colectivo inducido por la natilla, el buñuelo y el aguardiente...